El mes en el que estuve en Alicante fue la primera vez que he estado en Europa, y también la primera vez que me sentí la más sola que nunca jamás me he sentido en la vida. Cuando llegué en Barajas, me di cuenta de que no sabía casi nada del idioma que me rodeaba. Todos los edificios y la ropa de la gente me parecieron muy modernos y extraños. Miré a una señal con curiosidad y la leí. No la entendí. Desanimada, giré y me acerqué al grupo que iba a recoger el equipaje y coger unas taxis para llevarnos a “nuestras” casas.
Mi madre española era soltera y dueña de un restaurante argentino. La conocí en la calle sucia, llena de coches y gatos abadanados, enfrente del piso humilde.
<> me dijo entre unos besos grandes y un abrazo fuerte. Creo que murmullé <> pero es muy posible que no diera nada. Mabel, cuyo nombre me costó pronunciar, llevaba una falda mini de algodón y unas sandalias que brillaban con lentejuelas azules. Su camiseta estrechísima a penas cubrió la tripa, y a pesar de su buena condición física, noté una cicatriz gorda de color melocotón debajo el ombligo, un testimonio de la existencia de su hija, alta y morena por una chica de nueve años, a mi lado. <> añadió con la sonrisa más grande y brillante que he vista nunca <<ésta es Paula>>.

Posted by Caitlin Wolter a las 3:29 p. m. // // //    

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